jueves, 5 de marzo de 2009

Detalles



Una noche, Clara, confusa y perdida, abrió la puerta y salio a la calle, anduvo por los adoquines rotos y sucios de su ciudad, caminó y caminó sin dirección, con destino a ninguna parte, esta cansada de mover las piernas de un lado para otro, con los zapatos desgastados y su ropa medio rota se tumbó sin poder más y se durmió mientras sentía una dulce brisa de verano que recorría su piel, al amanecer, despertó sobre un verde prado lleno de flores, a las afueras de un pueblecito, con un aspecto parecido al de los cuentos de princesas y castillos, todo era tan perfecto, a la vez que tan antiguo, sus ojos contemplaban aquel paisaje con asombro aunque también con cierta tristeza pues le recordaba a aquellas historias que su madre le contaba, una lágrima recorría su blanca mejilla como si de una gota de agua deslizándose por el pétalo de una flor se tratase, aunque, nada hacía que apartase la vista de aquello tan maravilloso, las calles estaban mojadas por el rocío de la mañana, las farolas aún encendidas, el sol , que ya se iba asomando entre las montañas y una mujer paseando el ganado, en la lejanía se podía divisar a un hombre de pelo blanco y barba larga, con la cara bastante arrugada debido a su vejez y ropas algo sucias, ella puesto que no conocía a aquel hombre permaneció en silencio, era como si este no se hubiera percatado de la existencia de la joven, simplemente pasó de largo, con camino hacia el pueblo, Clara le siguió con sigilo aunque al poco tiempo se dio cuenta de que el hombre no podía verla, escucharla, simplemente era como si fuera invisible, al llegar al pueblo observó que aquel hombre no era el único que no conocía su existencia, sino que también era invisible para el resto de la gente, así que decidió pasear por el pueblo y ver a la gente y lo que esta hacía, se dio cuenta de lo bonitas que eran las miles de flores que había, de lo bien conservadas que estaban las calles, de los colores tan llamativos de las casas y sobre todo le llamó la atención el comportamiento de la gente, la simpatía que tenían entre si y la ayuda que se prestaban unos a otros, entonces se acordó de su ciudad, del humo de los coches, del asfalto de las carreteras, de los altísimos y monótonos edificios, de la tristeza y amargura que reflejaban las caras de las personas y de las continuas discusiones por tonterías, son los pequeños detalles los que te hacen sentir bien y sonreír día a día.

1 comentario:

  1. Me gusta (:
    ya te dije que me gusta mucho como escribes.
    ¡Sigue haciendolo!
    Un besito así de grande como un camión (:
    x)

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